Sobre Pando, de Juan Saharrea 

María Florencia Donadi

Úrsula Le Guin comenta, urdiendo una bella red histórica, ficticia, cósmica e incluso mítica (todas palabras importantes para la trama de Pando) que el primer artefacto cultural que convierte al animal humano en homínido es el relato. Sin embargo, no se trata del relato del héroe, del cazador de grandes animales (como el mamut) y sus herramientas o armas, sino del relato concebido como contenedor; el recipiente para los productos recolectados. Es decir que el relato se liga al origen recolector del ser humano.

Más adelante, en su "Teoría del bolso de transporte de la ficción", menciona que la novela (como los mitos, la picaresca, los eventos populares, las bromas…) es un tipo de relato fundamentalmente anti-heroico. "Por supuesto que el Héroe –podríamos pensar en Gonzalo Oromí- se ha apoderado de la novela con frecuencia, siendo así su naturaleza imperial y su impulso irrefrenable para tomar todo y gobernarlo (…)" con la forma narrativa de la flecha o la lanza y cuyo centro es el conflicto. La forma natural o adecuada de la novela, por el contrario, propone la autora, quizás sea la de un saco o una bolsa. Una novela es un botiquín, que contiene cosas en una relación particular poderosa, entre sí, y con nosotros. Es un contenedor en que conservar tesoros, algo que queremos, tal como la casa, el hogar o el lugar sagrado para luego compartirlo …

Más que el conflicto, la narrativa, la novela, es un proceso continuado de iniciaciones, pérdidas, transformaciones, traducciones, trucos, trampas, espejismos, sin finales, intrincados, incluso incomprensibles o incomunicables (por que no narramos simplemente para comprender o comunicar).

Dice Le Guin: toda ficción sería una manera de intentar describir qué está pasando, qué es lo que la gente hace y siente, cómo nos relacionamos con todo lo demás en este apilamiento, este vientre del universo, este útero de cosas por venir y tumba de cosas que fueron, este relato sin fin.

Entonces, Pando, su antihéroe, Gonzalo, y el fracaso de su tentativa, la tragedia de una vida joven interrumpida en pleno florecimiento, un amor joven o adolescente intempestivo en su comienzo y en su fin, nos proponen, como dice el propio autor en sus agradecimientos, formas y potencias misteriosas en una madeja de escrituras que es el relato.

En una de sus columnas radiales María Teresa Andruetto señaló – refrendando esta teoría de Le Guin- que, probablemente, el oficio del relato haya sido un hacer femenino entre mujeres que luego de la recolección distribuían, más tarde cocinaron, circulaban los alimentos, tejiendo palabras mientras oficiaban esa mancomunidad nutriendo cuerpos y espíritus, alrededor del fuego. Como diría Agamben, en El fuego y el relato, quizás el relato y su continuidad es lo que mantiene vivo al fuego, incluso cuando este se ha apagado y quedan cenizas, su memoria.

El enigma en torno al cual se mueve esta novela: la pregunta que Gonzalo jamás le hizo a Mariela apunta hacia ese carácter indescifrable de la literatura y que, aún así, existe para reunirnos en torno al fuego de los encuentros más fulgurantes, y, asimismo, conservar una precisa y preciosa cuota de oscuridad.

Si algo fulgura, también relampaguea, alterna, no se convierte ni en plena luz ni en noche completa.

Esa idea de la intermitencia y del movimiento, cuya imagen cabal quizás sea la luciérnaga. Es la que deseo rescatar para compartir lo que Pando convoca. Ni todo luces, ni todo sombras. Apariciones luminiscentes.

Dos vidas signan esta novela, Gonzalo y Mariela. El breve título de cada capítulo, apenas un vocablo o una frase corta refuerza lo que se plantea desde el comienzo: ir al hueso, sin rodeos. Ya sabemos que Gonzalo muere joven, trágicamente. Lo importante es recobrar también de modo bastante irónico e incluso cínico, las potencias del relato, de la palabra y de las pasiones de la historia (con minúscula y mayúscula).

Gonzalo, que ha transcrito a mano, en una tarea titánica que hace de él un amanuense moderno, Crimen y castigo, deja de seducir a Mariela cuando pierde su poder de relato y sus encuentros se reducen a visitas higiénicas. Atravesado por la letra escrita, por la escritura, que es también una forma de lectura, Gonzalo desea crear un mito y escribirlo en Pando, tarea que jamás concluirá. En efecto, la desecha a raíz de su desengaño con Mariela. Constituye una obra inacabada a la que accedemos a través de esta novela.

Gonzalo y su muerte, el duelo imperfecto de Mariela, el mito errado y tergiversado sobre el joven mercedino que da nombre a una plaza... parecen querer decir que toda escritura y todo relato es inconcluible y solo en la medida en que así permanece habilita la cadena de continuidades, transformaciones y de comunidad. Solo en la medida en que no existe obra, cerrada sobre sí misma, solo en la medida en que hay inoperosidad, seguimos tejiendo palabras.

Pando, el gran mito fundacional ideado por Gonzalo, que protagoniza Tomas Ferrari, lo emparenta con Don Diego de Zama y su espera, además de su seducción por la indiada o la barbarie para usar el término sarmientino. El médano irrelevante, escaso, cenagoso en que el colonizador duda, espera, se debate y con el que finalmente se reconcilia, resuena junto al protagonista de la barroca novela de Di Benedetto y también abre el diálogo con otras escrituras del interior, con zonas de la literatura argentina (como también quiso Saer).

Novelas contenedores, bolsa de transporte, al decir de Le Guin, en las que más que héroes y conflictos lo que vale es el relato y el tejido social y comunitario que reúne, aun cuando parezcan panditos.

La novela Pando contiene el mito sobre Pando, hoy Villa Mercedes y, a su vez, es el continente de varias vidas retenidas en la ciudad pequeña, incontinentes en su pulsión joven, contenidas en su potencia futura. Como la de Mariela, que no deja de esconder el grito ancestral, el de y para con la muerte. Al fin y al cabo narramos para vivir o seguir vivos a pesar de la muerte y brindar, parafraseando a Despret, a la salud de los muertos.

Pando, el río
Pando, novela
Pando, mito
Pando, territorio de escritura
Pando, mezcla de un cauce barroso y de aguas que se deslizan tranquilas, casi imperceptiblemente.

Si los ríos del litoral de Saer son los barrosos aunque profundos, correntosos y vastos, aquí encontramos la contracara. Un río en el que Gonzalo nunca alcanzó la Nada (o la experiencia de la Nada) y en el que nadie encontró demasiada fuerza poética excepto él y nuestro narrador. Un narrador que también se ubica entre dos mundos, allá y acá, que también se mueve entre Villa Mercedes y Córdoba, que conoce de esos tránsitos, que define en consecuencia una tercera margen del río, una zona liminal, la de la escritura que parece fija y en su material quietud nos escancia poco a poco y también sin pausa, inquietantes preguntas sobre la existencia, el amor, la vida, la muerte, la juventud, la tragedia, las promesas, el porvenir...

Celebro esta novela de Juan que ha dado con una voz y un tono que hacen a un proyecto creador singular, que en su fluir y en su estancarse, en ese vaivén, promete una deriva próxima. Se efectúa aquí la creación de un territorio literario. Un paisaje, que no es natural, sino cultural, una ficción que instala lo pando y lo pandito como cartografía literaria.

Entre teorizar y filosofar se mueven ambos, Gonzalo y el narrador de Pando. Son sus modos de habitar la existencia.

En su estela, esta, mi lectura, pretende imaginar, soñar, si se quiere, siguiendo la deriva etimológica del teorizar, imágenes que Pando suscitó, ofrecer una mirada, lo que en esta novela vi.

Y quisiera entonces cerrar con esa imagen densa y simple: la del relato como contenedor o continente. Una cesta, propia de las labores diarias que va llenándose y vaciándose, cuya función es guardar, atesorar, transportar y acompañar el desplazamiento. Es decir, ese espacio, ese territorio que nos tiene o nos mantiene juntos, en común y en lo colectivo -tan necesarios hoy- más allá o más acá de la vida y de la muerte, en la con-temporaneidad.

Es de lo que hablan las vidas de Gonzalo, de Mariela, de sus padres, sus amigos... Allí también entran las nuestras existencias junto con las suyas, que se reparten para trazar otros itinerarios en la lectura, en los ecos que provocan, en las repeticiones que evocan, en la espera que no es sino también la escucha: la posibilidad de estar atento a lo que eses otros tienen para decir y decirme.


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María Florencia Donadi

Doctora en Letras por la UNC. Coordina la Cátedra Libre de Cultura Brasileña de la Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Es becaria posdoctoral-CONICET y profesora adscripta en Literatura Latinoamericana I. Su investigación actual se titula "Entre Brasilia y la Amazonía: imágenes territoriales inestables a mediados del siglo XX". Realizó estancias de investigación en Brasil (USP, UFSC). Ha realizado traducciones literarias y de crítica. Ha publicado en libros y revistas académicas y culturales. Integra equipos de investigación en el área de la Literatura Latinoamericana. Codirige la colección Constelación Brasil de EDUVIM.


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