The Machirules
Adrián Savino

Mi disco preferido de mi banda preferida abunda en letras misóginas.
Estas quedan eclipsadas, en gran medida, por la sencilla exuberancia de la música.
Pero allí están, un puñado de canciones en las que cuatro muchachos más que humanos, destilan venenitos contra chicas en primera, segunda y tercera persona.
Lo cierto es que por aquellos años, más allá del éxito, ellos andaban bastante hinchados las pelotas.
Años de giras, de shows, de centenas de groupies desfilando por habitaciones de hotel.
Groupies que a veces hasta se ponían a plancharles los atildados saquitos que ellos vestían en escena.
Ellos, que habían pasado de sus primeras novias a esa montaña rusa de polvos ocasionales, y a quienes todavía les faltaba un rato para llegar a vivir más grandes amores.
Encima se la pasaban fumados, lo que volvía más y más intensas las luces y las sombras de todo ese montón de experiencia.
Y muchas canciones de ese disco terminaron apuntando en dirección a las sombras.
Una chica que se las da de gran estrella y lo trata al chico de chofer, cuando la realidad es que ella todavía anda recontra a pata.
Otra que invita al chico a su depto para irse a dormir y dejarlo comiéndose los mocos en el sofá; y él, al despertar solo al otro día, decide hacer una fogata con el supercheto parquet de la vivienda.
Otra a la que le resulta demasiado fácil andar por la vida dele mentir y manipular, y el chico se pregunta qué (mierda) tendrá ella en la cabeza.
Otra que cada vez que el chico la llama, ella se hace negar, y él ya va aceptando con tristeza y rencor que no va a quedar otra que "dejarla correr".
Otra que se la pasa hablándole al chico de las cosas buenas que podés conseguir si elegís vivir con los ojos cerrados.
Y la última (aunque cronológicamente se trate de la primera de todas aquellas grabaciones), a la que el chico le advierte que si la llega a ver con otro tipo, más le vale correr por su vida.
En fin: canciones sobre esa tan humana como patética tendencia de andar queriendo "cantarle las cuarenta", "ponerle los puntos", "darle una lección", "domar"… al otro.
En este caso, a la otra.
Hoy ya ha pasado mucha agua bajo el puente, y la corriente parece haber cambiado de sentido.
Una amiga, por ejemplo, me contaba hace poco de un video de Youtube en el que una celebrada cineasta le daba flor de biaba conceptual a un celebrado escritor.
Sin haber visto el video, le pregunté si contemplaba con similar admiración la posibilidad de que la biaba fuera al vesre, es decir, de un hombre a una mujer.
Mi amiga vaciló, pareciéndome que estaba a punto de responder que semejante idea le resultaba inconcebible.
Finalmente no me dijo ni que sí ni que no, y cambiamos de tema.
En todo esto voy pensando mientras viajo en el 600 junto a Vivian Gornick, que me spoilea una novela inglesa de 1885:
"No es tanto que Diana tema la imposición de la voluntad de Percy sobre la suya como que, en el momento en que se sintió que cedía ante él, supo que acabaría subyugada por el amor, y una vez perdida al amor, está convencida de que ya no será capaz de pensar: cada vez tendrá menos ideas propias y tener ideas propias es precisamente lo que más desea. Pone por encima de todo la claridad de pensamiento que tanto le ha costado alcanzar...".
Y aquí interrumpo la lectura para tocar el timbre y descender.
Ya en la vereda, como a veinte metros de distancia, veo venir a una mujer joven con una remera que me llama mucho la atención.
"I ♥ MEN", alcanzo a leer a la altura de sus pechos.
Pero segundos después, cuando por fin nos cruzamos, advierto que en realidad había leído mal.
Lo que la remera decía era:

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