Urdimbres, ciclo de poesía en Tanti

Cuando las palabras se tejen como destinos


Santiago Pfleiderer

Urdimbres es un ciclo donde convergen poetas, narradores, músicos, y todos participan con el respeto del silencio, la emoción y la admiración que provoca el arte compartido en la más sincera igualdad de condiciones.

Hay cosas de las que casi no se habla. Tabúes, cosas viejas y olvidadas, aquellas que nos dan miedo y no las pronunciamos por temor a invocarlas, cosas que no nos interesan, o cosas de las que no hablamos porque –sencillamente- no las comprendemos. Sin embargo, siempre es positivo pensar en que podemos llegar a hablar de ciertos temas, quizá por curiosidad, hasta lograr el interés necesario para que esas cuestiones lleguen a ocupar lugares arriba de las mesas de nuestros hogares, en los bares, los sillones y los bancos de las plazas. Hablar a lengua viva, hablar a chorros, hablar la digestión, hablar el sueño, hablar ante las puertas y los puertos, hablar de amabilidad y de amarillo… Podemos jugar un poco parafraseando a Oliverio Girondo para incitar a la charla aventurera y comprometida, militante y aguerrida, curiosa y preguntona; una charla que no se cansa ni de día ni de noche, un ritual convidado de la palabra con lenguas, labios y dientes dispuestos a dar la vida entre sorbos de café, cigarrillos o el trago tinto embriagador de las penas. Una guerra de guerrillas, de ideas convincentes y vacilantes, un manto nocturno de bellezas sólo comparables al sexo y al fuego, esa pradera perdida que espera ser explorada. La poesía es eso: un diálogo constante entre las luchas ideológicas por la belleza que nos contorsionan el espíritu y la mente.

En el vértigo del aprendizaje, de las crisis institucionales, y en la búsqueda de una epifanía que permitiera a las juventudes pensar en un futuro de ni miseria ni de autismo intelectual, algunos intrépidos nos acercamos a la poesía, no con el mero fin de alcanzar un goce estético trepados a la famosa torre de marfil, y tampoco para analizar su etiología más primigenia en fríos laboratorios estériles llenos de gafas y vigores tapados con barbijos mientras algunos ven cómo la poesía se mueve bajo la lupa distante de los microscopios. La poesía no es una chalina tejida por los dioses, tampoco es un organismo vivo dispuesto a ser analizado para comprender el pasado y el futuro de las categorías problemáticas de la literatura. La poesía es un arma, una herramienta de lucha, un cargamento de buenas intenciones con el cual tirar fogonazos que pueden verse reflejados en muchas y distintas realidades. Un espejo invertido, una flecha de tinta, un tatuaje, es algo de lo que no se vuelve.

La poesía se autodefine en la invaluable misión de mantener la charla y la discusión poética en vigencia a través de reseñas, ensayos y poemas, como la herramienta que hace dialogar permanentemente con diversas vertientes estéticas, ideológicas, valorando el presente con perspectivas hacia un futuro que promete más y mejores conversaciones poéticas, porque el arte de nada sirve si no se lo toma como una actitud política.

El arte no se puede disociar de ciertos espacios físicos. Todos somos fácilmente localizables en algunos lugares que nos identifican. Nunca faltan esos reductos con buena música, tragos frescos para el calor y tragos calientes para el frío. Nunca faltan las amistades y las buenas charlas. Son un refugio, nada más, cuando la calle quiere escupirnos de sus veredas.

Pero cuando la ciudad se convierte en un perro malo, de esos que buscan morder los tobillos, no queda otra que buscar nuevos rumbos. Hay días en los que la ciudad asfixia, cachetea, te tira de las orejas, del pelito de la nuca. La gota gorda en la frente es señal de que necesitamos un respiro, de que tenemos que ensuciarnos un poco los pies y mirar el cielo que las luces anaranjadas no nos dejan ver. Pero, por suerte, la ciudad nos ofrece una autopista cercana que es el canal irremediable a destinos de contemplación y felicidad.

Saliendo por la antigua ruta que une a Punilla con Traslasierra, al pie de Los Gigantes y antes de abandonadas minas de uranio, más allá del lago y de los pequeños cerros pero antes de las Altas Cumbres, existe una mágica comarca que los mapas modernos han denominado como Tanti, cerquita a Flor Serrana y El Durazno. Estas tierras de cerros dorados, de ríos de cobre y de cielos volcánicos nos convocan al viaje místico por los pasillos de nuestras fantasías hacia esos rincones que sólo existen en las amarrillas páginas de los libros olvidados bajo el acero de la industria y el ritmo vertiginoso de los relojes.

Imaginen un lugar donde las curvas se pierden en los calurosos montes de espinillos, algarrobos, aromos y quebrachitos, donde los pinos también se erigen en el pedestre paisaje incendiado por la tarde. Los ligustros y los paraísos van dibujando la silueta de los ríos iodados por los misterios de las sierras altas. Desde sus fauces se desprenden arroyos y ríos que forman la lengua de iodo que cura y se lleva todos los males del mundo.

Más allá del lago, donde el valle se termina para dar comienzo al sinuoso camino de montaña, existe un lugar para disfrutar de las sombras y del viento que baja desde los viejos cerros, corriendo por la larga y serpenteante cuenca del río viejo. Viejas camionetas descansando y el galope de un gaucho a caballo que va a perderse en el monte. Las pircas y los espinillos nos recuerdan que esas tierras fueron de hombres vestidos de cueros que aprendieron a volar junto a los jotes y a los cóndores.

También existe un lugar de puertas y de corazones abiertos, un espacio donde los deseos, los amores y las amistades se reúnen en las mesas para recibir las copas, brindar por la vida y derramar cantos y alegrías. Los farolitos nocturnos llenan de colores la caminata curiosa y descontracturada de las personas que se asoman para ablandar un poco el alma. Así se llega al hermoso aquelarre donde brujas y brujos elaboran conjuros para el corazón, para el ritual de la emoción y del deleite. Es que Otilia, este espacio hermoso que se ubica en la localidad serrana de Tanti, es uno de los lugares donde uno puede desplegar los sentidos y vivir momentos artísticos de gran intensidad.

En este marco, allá por mediados de 2018, nació un ciclo que se propone entretejer palabras y destinos, miradas y abrazos, manos y papeles. Urdimbres se llama este ciclo dirigido y coordinado por los poetas Stella Marys Darraidou y Alberto Hugo Saravalli. El ciclo surgió como una continuación de lo que en su momento fue Tramas, un espacio que permaneció funcionando durante los años 2015 y 2016 en la localidad de Icho Cruz impulsado por la poeta Roxana Carrizo.

Todos los terceros viernes de cada mes se ponen a disposición los micrófonos para que poetas, cuentistas, narradores, bailarines, músicos y artistas plásticos puedan compartir sus obras en la más horizontal de las horizontalidades. Cada palabra es una prueba vital de conmoción donde se celebra el encuentro. Poetas, narradores, músicos y cantores en cada encuentro renuevan sus ganas de compartir y de invitar a nuevos escritores de esos que andan perdiendo palabras en las servilletas de los bares, anónimamente.

Otilia (Belgrano 506, Tanti) ofrece una sala de teatro equipada maravillosamente donde además se suceden ciclos de cine, música en vivo y variadas expresiones artísticas. Y su bar propone, además, una gastronomía serrana deliciosa con platos clásicos pero resignificados con mucha originalidad y sabor, cervezas artesanales, limonadas caseras y vinos para descubrir.

La palabra se entrelaza, y eso se celebra.

Abrir las canillas, las compuertas de la poesía. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, con el diálogo poético.



Santiago Pfleiderer


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