Volví a ser hincha

10.10.2025

(Al Dios de la religión sin ateos. D10S. Diego Armando Maradona. A Enrique Santos Discépolo, compositor, poeta, filósofo, militante, dramaturgo y actor quien interpretó como nadie, al hincha de fútbol)


Arturo Jaimez Lucchetta


Imagen: El Gráfico
Imagen: El Gráfico

Como una corazonada y después de muchos años, el hincha me golpeó el pecho y me empujó a cometer una locura. Había tanto pesimismo, que me pareció que llevar buena energía hacia Montevideo podía cambiar la historia. La Selección argentina dirigida por Diego Armando Maradona venía de un milagroso triunfo contra Perú, en el estadio Monumental Antonio Vespucio Liberti y necesitaba ganar ante Uruguay para abrochar la clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010. Aquella noche bajo un diluvio en la cancha de River, el delantero de Boca Martín Palermo metió un gol agónico que quebró la igualdad que los incaicos habían logrado en el minuto noventa.

Esa inmortal conquista del Titán se recuerda hoy, con tanto cariño como la palomita de Diego, quien lo festejó deslizándose de panza por la hierba verde y encharcada del terreno de juego.

El hincha está convencido de que juega el partido. Yo tenía la certeza de que si estaba en el Estadio Centenario, Argentina clasificaba. Con esta convicción embarqué al Beto y al Matías para encarar una verdadera travesía automovilística.

Nuestras parejas nos echaron de la casa, no sin antes tratarnos de locos e irresponsables.

Como le sucede a los hinchas todos los domingos cuando se van a la cancha, nos bancamos las caras largas, juntamos los últimos pesos y armamos el bolsito.

Es un clásico de los periodistas cuando se les pregunta de qué cuadro son, responden: "De la Selección". Pero mienten. Mentimos. Todos tenemos nuestros corazoncitos y además no somos tan hinchas de la Selección. Inexorablemente, en la crítica afloran los colores y así, nos gusta la selección, siempre y cuando haya jugadores de nuestro club.

Siempre me consideré un afortunado de la vida. Durante muchos años fui a todos los grandes acontecimientos del fútbol en calidad de cronista. Es decir que iba a un estadio a disfrutar de un gran espectáculo sin pagar la entrada, lo veía desde un lugar inmejorable, luego de haber disfrutado de un viaje cómodo, un hotel confortable y una buena comida en un restaurante digno. Y encima me pagaban por hacerlo.

¡Qué privilegio!, pensaba.

Sin embargo, después de esta travesía creo que he subestimado el privilegio del simpatizante. Esa historia de juntarse con los amigos, cargar los trapos, pelearse con la patrona, viajar miles de kilómetros, cantar hasta la afonía, llegar a la cancha sobre la hora y festejar con el triunfo o llorar con la derrota, no tiene parangón.

Hasta la odisea del viaje, que fue una pesadilla, la recordaremos como el más maravilloso de los itinerarios. Salimos de Córdoba a las ocho de la noche en el auto del Beto. Nos comimos unos sánguches de mortadela cuando íbamos por Oncativo, Oliva. Bajamos la ingesta con unos mates por James Craik y la Kangoo empezó a toser, a levantar temperatura.

¿A la mierda con el viaje?

¡No!

El hincha es optimista y tiene que llegar aunque sea para el pitazo final.

_ ¿Y, qué hacemos?_ preguntó el Mati, con el pesimismo de los adolescentes.

Llamamos a mi cuñado que vive en Villa María. Él nos llevó a un mecánico, pero hacían falta repuestos y eran las diez de la noche.

Otra vez desahuciados.

¡No!

El hincha nunca se rinde. Mi cuñado se ofreció a llevarme de vuelta a Córdoba para buscar mi auto. No lo pensamos. Trescientos kilómetros más de viaje. Vamos para adelante.

El Clio es naftero y el viaje nos iba a salir más caro porque, la Kangoo tenía gas. Contamos las monedas y alcanzaba con lo justo.

Al palo. En Villa María lo dejamos a Cristian que había sido imprescindible para continuar y partimos hacia Buenos Aires a buscar las entradas que Luis, un buen compañero de laburo, me había comprado.

Contra el reloj, el tránsito de la Panamericana y la General Paz, un enemigo peor que la bomba de agua del auto del Beto. Pero, por teléfono, Luisito nos marcó un atajo que a la postre sería vital para llegar más o menos a tiempo.

Zárate Brazo Largo, Gualeguaychú, piquete mediante por las papeleras del Río Uruguay, y a la frontera. Eran las tres de la tarde y el partido comenzaba a las siete. Estábamos jugados y encima tenía vencida la póliza de seguro del Mercosur.

La adrenalina al mango. Me mordí los labios para no putear a los diez gendarmes que no hacían uno. Un uruguayo de Migraciones me prestó un teléfono. Milagro: llamé a la compañía de seguros y me mandaron el fax (aparato prehistórico que mandaba copias a distancia) con la renovación del seguro, que estaba pago, pero no me había llegado por el correo (sistema por el cual un trabajador, generalmente en bicicleta, te llevaba la correspondencia en un sobre de papel).

No dábamos más. Logramos pasar. Eran las cuatro y estábamos en Fray Bentos, teníamos que promediar cien kilómetros por hora en una ruta que no conocíamos. Menos mal que teníamos un buen tramo de autopista.

Cardona, Rosario y no sé cuantos pueblos más. Bienvenido a Montevideo. Pifiamos la entrada. Pasamos de largo, otro contratiempo.

Volvimos, preguntamos y un hermano uruguayo nos indicó cómo llegar al mítico Centenario: "Llegás al puerto, ta. Tomás 18 de Julio, ta. El Obelisco, ta. El parque Batlle y ahí está pronto el estadio".

Estacionamos y encaramos hacia la cancha. Corriendo, agitados.

_ Che paremos que el gordo está boqueando_ le digo al Mati. Total llegar cinco o diez minutos tarde también es de buenos hinchas.

No lo podíamos creer, estábamos en la Colombes (Cabecera popular homenaje al oro olímpico en París 1924) junto a 5.000 compatriotas. Con el corazón en la mano, pero con confianza, porque estábamos allí y sabíamos que si estábamos allí no podíamos perder.

Y no perdimos.

¡Ganamos!

Jugamos más o menos, pero un rubio nacido en al provincia de Córdoba llamado Mario Bolatti pescó un centro en el área y metió el único gol de un partido mediocre. Ya estábamos en el Mundial. Estábamos en el Mundial gracias a nosotros que nos mandamos la gran aventura. Gracias a nosotros y a nuestro ídolo eterno quien festejó con la famosa frase: "Que la sigan chupando" y "La tenés adentro", cargando contra los periodistas detractores de D10s.

Nosotros nos jugamos por Diego. Nosotros jugamos el partido, ¿entendés?

Por Dios, cuánto estrés viven los hinchas. Tuvimos que tomar unas cervezas Pilsen en la ciudad vieja para bajar las hormonas, nos sacamos las fotos de rigor frente al mausoleo de José Gervacio Artigas, el teatro Solís, el Palacio Salvo y pegamos la vuelta.

Prestándonos el volante llegamos con la guardia alta porque había que enfrentar a la jefa de la casa. El Beto encima tenía que llamar a un auxilio para llevar su coche y gastarse una ponchada de mangos en el arreglo.

Yo llegué un par de horas más tarde y sin hacer ruido. El ambiente estaba pesado en casa. Había que disimular la felicidad para no provocar.

Pero la mujer del hincha aunque se queje le tiene paciencia. Además, ella sabe también que gracias a nosotros, Argentina está en Sudáfrica 2010 y ella quiere un Mundial con la celeste y blanca, porque el Mundial no es fútbol, el Mundial es Patria y Maradona es el San Martín de los estados.

Ella también ama al Diego.

Entonces nos fuimos a la cama y, sin mediar palabra, me perdonó de la mejor manera...


Imágenes de la aventura
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