Yo estuve ahí

 (Almendra en Córdoba)

Aunque pude ver al cuarteto Almendra en 1981 durante la segunda edición del Festival de Música Contemporánea en La Falda; ya había tenido -algunos meses antes- un acto iniciático de música y amor a la radio...

Diez años después de su disolución, los integrantes de Almendra decidieron volver a reunirse para dar numerosos recitales por distintos lugares del país y realizar nuevas grabaciones. El regreso del cuarteto fue mucho más que una serie de actuaciones, fue un hecho social y político durante el período más oscuro de dictadura militar. En algunas ciudades como La Plata, hubo detenciones en masa bajo la nefasta figura de "averiguación de antecedentes".

El 4 de diciembre de 1979 la gira llegó al Estadio Chateau de la ciudad de Córdoba. Según varios testimonios, el precio de la entrada era excesivamente alto, aunque había una alternativa más modesta, pero no por eso menos interesante.

Enclavada en el 580 del dial, la emisora de la Universidad Nacional de Córdoba transmitía el evento en vivo y en directo.

Pude disfrutar de ese recital en la costa santafecina, lejos de las sierras cordobesas, a más de 500 kilómetros en línea recta, tomando en cuenta la ruta de las ondas radioeléctricas.

Era una noche de primavera, el calor anticipaba la urgencia del verano y el comienzo de un gran show.

En cada punta del generoso patio desplegué la mejor tecnología hogareña con la que podía contar. Dos aparatos de radio a pilas. Uno antiguo, marca Garfunkel y otro más pequeño y liviano de la fábrica provincial Inelro.

La combinación fue perfecta y mi sillón equidistante la mejor platea; cada aparato ofrecía una gama de agudos y graves diferentes, lo que daba la sensación de estar recibiendo una emisión estereofónica.

Esa noche de martes del 79 yo estuve ahí, cuando la magia de la radio surcaba el aire y se iba cargando de humedad, en su vertiginoso viaje hacia el este.

Todavía recuerdo cómo era el escenario; los colores de las luces, los instrumentos y vestimenta de los Almendra. Y eso, se lo puedo discutir a rabiar al más especializado historiador del rock nacional…


fragmento de Pescadores de señales, Lucio Carnicer


En la contratapa de Pescadores de señales:

La infancia que aparece en estos textos, está marcada por la presencia del río. No "un" río, sino "el río". El Paraná, con su inmensa cuenca, sus afluentes y sus brazos, como el que baña las costas de Romang. Para quienes crecimos junto al río, sus aguas, sus colores, sus aves y peces; los montes que lo rodean, sus crecientes y bajantes, su pulso, su latido, forman una parte sustantiva de la vida, de los pensamientos, de los sueños y de las historias.

En palabras de Lucio:

Los rayos oblicuos del sol vienen de los campos del oeste, embrujan el horizonte y paren un color sin nombre en la inmensa puerta de la isla. La quietud es lo más parecido a la paz, es la felicidad en calma, sin alharaca ni vocifero. Arriba bandadas; más arriba, más bandadas. En la orilla un pescador está faenando lo que le dará su pan del día; un cachorro que da la talla, algunas bogas medianas y un dorado, que hasta hace un rato nomás fundía los destellos de su lomo con el sol.

Pero, por otra parte, en esa paz y esa plenitud del río, en esa perfección gozosa de la infancia, sonaba una radio. La radio traía sonidos lejanos. La radio hablaba de un mundo. Un ancho mundo que se extendía más allá del pueblo, más allá del río. Un mundo que generaba temores y a la vez deseos. Y curiosidad, claro. Un mundo que llamaba, un mundo que invitaba. Y de ahí la fascinación por la radio que recorre estos textos. De ahí el tránsito de ese niño que pescaba y remontaba pandorgas al adolescente que pescaba señales a través de la radio.

Los relatos de Pescadores de señales son un hermoso alimento para la memoria. Estas pequeñas historias nos permiten recuperar la magia de aquel lugar y aquel tiempo de allá ité, aun con el sabor agridulce de la nostalgia.

Claudio Fernando Díaz



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